El casting para el corto lo estaban haciendo en el CIDAN y yo en el tercer piso sin saberlo, ya habían bajado dos chicas del curso para presentarse pero seguíamos sin noticias de lo que se cocía allí, por estar preparada para lo que fuera abrí el neceser del maquillaje y me di mi correspondiente capa de pintura, entonces Ciro el profesor se acercó tímidamente a decirme:
_Irma, yo creo que es algo sobre la emigración, así que si quieres, baja.
Bajé todo lo rauda y veloz que permite el ascensor porque no era plan partirme una pierna por la escalera, en la puerta del salón de actos tropecé con Ana y Mar que ya habían rellenado las fichas y se estaban despidiendo de Nora; por lo vista ella era la encargada de tomar los datos a todo el que se presentaba. Mis compañeras le dijeron que yo era cubana y entre mil piropos Nora me alargó el guión y me dijo que fuera leyendo el personaje de la cocinera y rellenando la ficha, mientras Eva explicaba por enésima vez quiénes eran, que querían hacer etc, a mi se me antojaba que menos Eva todas las demás eran Argentinas por el ruido de “chcess” y de “vos” que imperaba. Hacían la prueba en ese momento para los dos matrimonios en la mesa, una de las chicas era Ana la del otro módulo del taller de empleo donde trabajo, yo me puse a repasar la escena de la cocina que me habían señalado pero la vena literaria me latía y tuve que empezar a meter lo que en mi tierra decimos “morcillas” en el guión porque inicialmente la cocinera cubana se llamaba Guadalupe ya que ese nombre les gustaba a Virginia y a Ximena las autoras del guión y no andaban muy desencaminadas, así se llama la Patrona de México y México y Cuba están “Al cantío de un gallo” como se dice allá o “A un tiro de piedra” como dicen aquí, pero no obstante la cercanía, en Cuba apenas hay mujeres con ese nombre y es más común, por ejemplo, Caridad, el nombre de nuestra Virgen que casualmente se celebra el 8 de Septiembre igual que la Covadonga, así que se lo dije a Virginia, que estaba muy nerviosa y aceptaba cualquier sugerencia y desde ese momento el personaje pasó a llamarse Caridad e hicimos la primera prueba con Jimena y Adriana de ayudantes de cocina. Me dijeron que ya me avisarían y pasó el tiempo y pasó un águila sobre el mar, como dice el poema martiano, y no me avisaban hasta que llamó Eva para citarme al primer ensayo en el CIDAN a las 4 de la tarde, al que llegué con la lengua afuera, bueno, a ese ensayo y a los posteriores porque terminando de trabajar a las 3 de la tarde, subía la loma, le daba la comida a la tropa y bajaba al ensayo, todo eso en una escasa hora después de lavarme los dientes, sacarme de encima el olor a fritanga y retocarme la pintura. En el primer ensayo conocí al resto de las chicas, a la brasileña Alexandra con su acento suaviño, pues a decir de Unamuno, el portugués es el Español sin huesos, a Adriana que ya la conocía del casting y aunque me había dado cuenta que no era precisamente argentina no caía en su acento porque ella es la antítesis de la idea que existe de nosotras las caribeñas, tan lenta, tan pausada, tan tranquila al lado mío que soy lo más parecido a un terremoto. Por suerte habíamos encontrado como directora a Rebeca, una asturiana de pura cepa que supo darnos caña desde la primera lectura del guión y poner los puntos sobre las íes. En la semana siguiente tuvimos dos ensayos más en el CIDAN y por fin el primero en el bar “Nalón”. Entrar de nuevo a la cocina me erizó hasta el pelo de las orejas, ese olor a comida y desengrasante junto a aquellos filtros de la campana extractora y la plancha me hicieron rememorar mi triste experiencia trabajando en gastronomía 12 años atrás cuando llegué a España, por suerte esta vez era una simulación. Luego nos dieron la feliz noticia de que teníamos equipo técnico para la filmación, hicimos otro ensayo con ellos y por fin quedamos para filmar el miércoles 30 de Mayo. Como habíamos acordado en la reunión previa, cada integrante de la agrupación preparó un plato y Manolo nos hizo una paella de 30 raciones porque éramos 10 con la directora, el equipo técnico que estaba conformado por estudiantes de audiovisuales serían 15 y entre los extras Eva y Silvia llegaríamos a las 50 personas. El corto solo debe durar 6 minutos pero empezamos a las 10 a.m. y estuvimos filmando hasta las 8 p.m. Las escenas del comedor fueron las primeras por razones de la luz natural que entraba por los cristales, se filmaba desde diferentes planos y cuantas veces Rebeca entendía que era necesario hasta darla por buena, a las 6 p.m cuando llegaron a las escenas de la cocina iban “matando y salando”, menos mal que como lo teníamos bastante ensayado las cosas nos salían a la primera y las equivocaciones colaron bien. Los niños que habían citado de extras salieron todo alborotados del colegio a vestirse en casa y cuando ya llevaban una hora viendo tantas repeticiones empezaron a inquietarse y hubo que darles de comer antes de sentarlos a filmar, ya hasta lo mayores estábamos inquietos y mareados con el olor de la paella que la teníamos delante así que la llevamos para el comedor de atrás y empezamos a comer también los personajes de la cocina, mi hermana Ileana que iba de extra en una de las mesas y los que pudieron ir escapando del equipo técnico, después de que nos entrevistaban para El Comercio, La voz de Asturias, La Nueva España y la TPA. La paella que había traído Eva se utilizaba en la filmación y al final de la tarde ya el arroz era gris de tanto moverlo de un lado a otro. Al terminar las escenas del comedor filmaron la mía del teléfono y por más que me lo había propuesto no pude llorar, pero miré a una de las chicas que aguantaba las luces y estaba emocionadísima, secándose los ojos, luego vi un pedacito de la escena y entonces sí se me salían las lágrimas. En la escena mi niño me llama desde Cuba y yo me asusto porque pienso que le pasó algo malo y es que se acordó de mi cumpleaños, entonces tengo que cortarle la conversación y decirle que luego le llamo, que estoy trabajando y la llamada a cobro revertido sale muy cara y entonces salgo llorando para la cocina, pero ya ahí no se me veía la cara porque solo la filmaron desde el teléfono. Luego en la cocina tuve que hacer el paripé de que cocinaba una paella, cortar y freír cebolla, dorar los ingredientes, echar el arroz etc. Yo me empeñaba en que hubiesen efectos reales de los que hay cuando se cocina de verdad porque ya era difícil creer que yo fuera cocinera con aquel disfraz que me inventé de un uniforme blanco de esteticien de mi amiga Mavi, un pullover de Vivian de rayitas, un gorro azul de cocinera que me trajo Jimena y los zuecos de goma que me salvaron la vida 15 días antes, cuando en casa entró un rayo por la caja del teléfono y yo, como Caridad, estaba al aparato hablando. El vestuario lo improvisó cada cual como pudo, los matrimonios de la mesa, Ernesto, Ana, Veda y Frank venían todo endomingados como sugirió Rebeca, las camareras Alexandra y Virginia iban de pantalón y mandil negro y blusa blanca, las de la cocina cada una en su estilo, Jimena con chaqueta blanca de Chef , pantalón negro, unas pestañas que nos abanicaban a todos y ese pelo de la pampa liso y negro colocado a un lado, Adriana con chaqueta y pantalón blanco y un pañuelito muy cómico en la cabeza, recogiéndole el pelo hacia atrás porque se supone que el tema del pelo tiene que estar controlado en una cocina, por eso yo llevaba aquel gorro azul que era una liga entre Xapela y Barretina. Lo que más me llamó la atención de las cosas que manejaban los estudiantes fue la History Board, o sea, ver que en realidad cada plano se trae dibujado y cada vez que se termina de rodar y se da por válido, se tacha en el papel, se borra en la claqueta la toma y se escribe la nueva, lo que no oí en ningún momento es eso que dicen a veces en las películas. “¡A positivar!”. Inés la madre de Rebeca era la que animaba el cotarro y preguntaba: ¿Valió la toma? Y si Rebeca decía que sí aplaudíamos como si fuera cierto que lo entendíamos. Los chiquillos estuvieron ya más tranquilos después de comer y cuando filmaron la escena en la que ellos están celebrando un cumpleaños hicieron muy bien su papel delante de la Tarta de chocolate de Carrefour, de la que Adriana y yo luego nos comíamos las migajas ya por gula porque quedamos repletos con tanta comida, todo estaba exquisito y la paella de Manolo fue de lo más alabada, después cada cual se llevó un tuper lleno; a mí lo que más me gustó fueron las bolitas de dulce de leche que hizo Alexandra. A las 8 p.m. terminamos en la cocina, ya estaban todos en función de recoger y dejar el bar como los chorros del oro, la cámara nos hizo una foto de grupo al completo y yo me despedí de todos y corrí loma arriba para llegar a casa y vernos en la TPA. Me quedé dormida en el sofá y desperté cuando oí: “Ingredientes”, entonces vi con orgullo como Jimena contaba la idea original de la que surgió el guión, Rebeca su experiencia de trabajar con un equipo y unos “actores” primerizos que recién se conocían y finalmente la escena del ahogamiento y la maniobra de Henmlich en la que Caridad asomaba por una esquina con su gorro azul. Y aquí estamos ansiosos por ver el resultado, de momento ya todos ganamos una experiencia memorable, que seguramente removerá conciencias y romperá esquemas prejuiciados sobre la inmigración porque todos somos de una misma raza, la humana, no importa donde nacimos sino quiénes somos y que aportaremos a las generaciones venideras, de igual a igual, como los ingredientes de una paella. (irma_rita2@hotmail.com)